En el corazón de la ciudad, en un pequeño casino escondido entre las luces y los sonidos de la noche, se encontraba un hombre llamado Alex, un jugador de póker profesional. Alex era un hombre tranquilo y reservado, con una mirada penetrante que ocultaba una mente astuta y calculadora.
Desde muy joven, Alex había sido un apasionado del póker. Le fascinaba la mezcla de habilidad, suerte y psicología que requería el juego. Pasaba horas practicando, estudiando las estrategias de sus oponentes y perfeccionando sus propias habilidades.
A lo largo de los años, Alex se había convertido en uno de los mejores jugadores de la ciudad. Su reputación le precedía, y los jugadores más experimentados se enfrentaban a él con respeto y cautela.
Una noche, Alex se sentó en una mesa de póker de alto riesgo, rodeado de jugadores conocidos por su agresividad y su sed de dinero. Alex, por su parte, permanecía tranquilo y concentrado, analizando cada movimiento de sus oponentes. Entre ellos, se encontraba Víctor «El Tiburón» Morales, su rival más peligroso.
La partida se prolongó durante horas, con apuestas cada vez más altas y tensiones cada vez más palpables. Alex mantuvo la calma, esperando el momento adecuado para atacar.
Finalmente, llegó su oportunidad. Con un movimiento rápido y preciso, Alex apostó todas sus fichas, dejando a sus oponentes atónitos. Nadie se atrevió a igualar su apuesta, y Alex se llevó el bote.
La victoria le proporcionó una gran cantidad de dinero, pero Alex no se dejó llevar por la euforia. Sabía que el póker era un juego de altibajos, y que una victoria no garantizaba otra.
Víctor, frustrado y acorralado, comenzó a jugar de forma errática, apostando fuerte en manos débiles, intentando recuperar lo perdido con golpes de suerte. Alex, paciente como una araña en su tela, esperó el momento preciso para asestar el golpe final.
En la última mano, Víctor apostó todo lo que le quedaba, un farol desesperado que Alex vio con claridad. Con una sonrisa gélida, Alex reveló su mano ganadora, dejando a Víctor sin palabras. La furia se apoderó de Víctor, su rostro enrojeció y sus ojos se inyectaron en sangre.
«¡Esto no ha terminado!», gritó Víctor, levantándose de la mesa con un movimiento brusco. Pero antes de que pudiera hacer nada, un disparo resonó en la sala. Víctor se desplomó sobre la mesa, un charco de sangre tiñendo el tapete verde.
El silencio se apoderó del club. Los demás jugadores, testigos mudos de la escena, no se atrevían a moverse. Alex, impasible, recogió sus fichas y se levantó. Antes de salir, se giró hacia el cuerpo de Víctor y dijo con voz helada: «En este juego, la vida es solo una ficha más».
Alex salió del club, dejando atrás el caos y la muerte. Sabía que la policía no tardaría en llegar, pero también sabía que tenía un testigo dispuesto a testificar a su favor. Alex era un jugador maestro, no solo en el póker, sino también en el juego de la vida. Y en ese juego, estaba dispuesto a todo para ganar.
La fría brisa nocturna golpeó el rostro de Alex al salir del club. Las luces de neón de la ciudad reflejaban su figura solitaria mientras caminaba por las calles oscuras. No había prisa en sus pasos, ni rastro de preocupación en su mirada. Sabía que la policía no tardaría en llegar al club, pero también sabía que tenía un testigo dispuesto a testificar a su favor.
El testigo, un viejo conocido llamado «Sombras», era un hombre de confianza en el submundo del póker. Había presenciado el disparo y estaba dispuesto a contar lo que había visto. Alex sabía que con su testimonio, la policía no tendría pruebas suficientes para incriminarlo.
Mientras caminaba, Alex repasaba los acontecimientos de la noche. Víctor «El Tiburón» Morales era un jugador peligroso, un hombre que no dudaba en recurrir a la violencia para conseguir lo que quería. Alex sabía que tarde o temprano, su camino se cruzaría con el de Víctor.
La partida de póker había sido solo el último capítulo de una rivalidad que se remontaba a años atrás. Alex y Víctor se habían enfrentado en numerosas ocasiones, tanto en las mesas de juego como fuera de ellas. Alex siempre había salido victorioso, pero sabía que Víctor no se rendiría fácilmente.
Al llegar a su apartamento, Alex se sirvió un vaso de whisky y se sentó en el sofá. La ciudad se extendía ante él, un laberinto de luces y sombras. Alex sabía que la noche aún no había terminado. Víctor tenía aliados poderosos, hombres que no dudarían en vengar su muerte.
Alex levantó el vaso y brindó por la memoria de Víctor. «Que descanses en paz», murmuró, con una sonrisa irónica. Sabía que la muerte de Víctor era solo el principio de una nueva partida, una partida en la que Alex estaba dispuesto a apostar todo.
El sonido del teléfono interrumpió la quietud del apartamento. Alex descolgó, sabiendo que la llamada no traería buenas noticias.
—¿Alex? Soy Sombras. La policía está interrogando a todos en el club. Están buscando al responsable.
—¿Han mencionado mi nombre? —preguntó Alex, con voz serena.
—Aún no, pero no tardarán. Conocen tu rivalidad con Víctor.
—Entiendo. Mantente alerta. Si necesitas algo, llámame.
Alex colgó el teléfono y se levantó del sofá. Sabía que tenía que actuar rápido. La policía no era su única preocupación. Los aliados de Víctor, hombres leales y peligrosos, no tardarían en buscar venganza.
Se dirigió a su habitación y abrió un cajón secreto. Sacó una pistola y la cargó con precisión. Sabía que la noche sería larga.
Salió del apartamento y se dirigió a un bar clandestino conocido como «Boca Lobo». Era un lugar frecuentado por los aliados de Víctor, un hervidero de información y rumores.
Al entrar, Alex fue recibido con miradas de desconfianza. Se sentó en la barra y pidió un whisky. Sabía que estaba en territorio hostil.
—Alex, ¿qué te trae por aquí? —preguntó una voz familiar.
Alex se giró y vio a «El Buitre», un hombre de confianza de Víctor.
—Solo vine a tomar una copa —respondió Alex, con una sonrisa forzada.
—No te creo. Sabes que Víctor era como un hermano para nosotros.
—Lo sé. Y lamento su muerte.
—Tus palabras no significan nada. Sabemos que fuiste tú quien lo mató.
—No tengo nada que ver con eso.
—No te creemos. Pero no te preocupes, la venganza llegará.
El Buitre se alejó, dejando a Alex solo con sus pensamientos. Sabía que tenía que salir de allí antes de que las cosas se pusieran feas.
Se levantó de la barra y se dirigió a la salida. Pero antes de que pudiera llegar a la puerta, un grupo de hombres lo rodeó.
—No vas a ninguna parte, Alex —dijo El Buitre, con una sonrisa maliciosa.
Alex sabía que estaba en problemas. La noche apenas comenzaba, y la partida aún no había terminado.
La situación en «Boca Lobo» se tornaba cada vez más tensa. Alex sabía que no podía quedarse allí. Tenía que encontrar una salida, y rápido.
Con un movimiento rápido, Alex lanzó su vaso de whisky contra la pared, creando una distracción. En el caos resultante, se abalanzó sobre el hombre más cercano, usándolo como escudo mientras se abría paso entre la multitud. Los hombres de El Buitre, sorprendidos por la repentina acción, tardaron unos segundos en reaccionar.
Alex aprovechó esos segundos para llegar a la puerta trasera del bar. La abrió de golpe y se encontró en un callejón oscuro y estrecho. Sabía que no estaba a salvo, pero al menos había ganado algo de tiempo.
Corrió por el callejón, esquivando contenedores de basura y otros obstáculos. Al llegar al final, se encontró con una calle poco iluminada. Miró a ambos lados, buscando un lugar donde esconderse.
Vio un edificio abandonado al otro lado de la calle. Sin dudarlo, cruzó la calle y se dirigió hacia el edificio. La puerta estaba entreabierta, y Alex se deslizó dentro, cerrándola tras de sí.
El interior del edificio era oscuro y polvoriento. Alex avanzó con cautela, escuchando atentamente cualquier sonido. Llegó a una escalera y subió los escalones de dos en dos.
Llegó al último piso y encontró una habitación con una ventana rota. Se acercó a la ventana y miró hacia la calle. Vio a los hombres de El Buitre corriendo por el callejón, buscándolo.
Alex sabía que no podía quedarse allí mucho tiempo. Tenía que encontrar un lugar seguro, un lugar donde pudiera planear su próximo movimiento. Pero ¿a quién podía confiar? ¿Quién estaría dispuesto a ayudarlo en una situación como esta?
El silencio del edificio abandonado se rompió con el estruendo de la puerta abriéndose de golpe. Alex, con la pistola en mano, se giró para enfrentarse a sus perseguidores. El Buitre y sus hombres irrumpieron en la habitación, con los rostros tensos y las armas listas.
—No tienes escapatoria, Alex —dijo El Buitre, con voz ronca—. Esto se acabó.
Alex sabía que estaba en clara desventaja. Estaba rodeado, sin escapatoria posible. Pero no estaba dispuesto a rendirse sin luchar.
—No me voy a entregar —respondió Alex, con voz firme—. Si quieren atraparme, tendrán que matarme.
El Buitre sonrió con malicia.
—Como quieras.
Dio una señal a sus hombres, y el tiroteo comenzó. Las balas resonaron en el edificio abandonado, perforando las paredes y levantando nubes de polvo. Alex se movía con agilidad, esquivando las balas y respondiendo al fuego.A pesar de su habilidad, Alex sabía que no podía aguantar mucho tiempo. Estaba herido, y sus perseguidores eran demasiados.De pronto, sintió un dolor agudo en el costado. Una bala le había alcanzado. Cayó al suelo, con la respiración entrecortada.El Buitre se acercó a él, con una sonrisa triunfante.
—Se acabó, Alex. Siempre fuiste un hueso duro de roer, pero al final, todos caen.Alex lo miró con desprecio.
—No te saldrás con la tuya —dijo, con voz débil—. Alguien te detendrá.
El Buitre se rió.
—¿Quién? ¿Tus amigos muertos?
Levantó la pistola, apuntando a la cabeza de Alex.
—Diles hola de mi parte.
El sonido del disparo resonó en el edificio vacío, seguido por el silencio.
Reflexión
Este relato nos sumerge en un mundo oscuro y despiadado, donde el póker se convierte en una metáfora de la vida misma, un juego de alto riesgo donde las apuestas pueden ser mortales. Alex, el protagonista, es un jugador maestro, un hombre frío y calculador que no duda en recurrir a la violencia para conseguir lo que quiere.
La historia explora temas como la ambición, la venganza y la supervivencia en un entorno hostil. Alex, a pesar de su frialdad, es un personaje complejo, con una mente aguda y una determinación implacable. Su rivalidad con Víctor Morales lo lleva a un punto de no retorno, donde la violencia se convierte en la única salida.
El final abrupto y sin concesiones nos deja con una sensación de inquietud. La muerte de Alex nos recuerda que en este juego, nadie está a salvo. La vida es una apuesta arriesgada, y a veces, el precio de la victoria es demasiado alto.
El relato también nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder y la violencia. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para conseguir lo que queremos? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por el éxito? Alex, en su búsqueda de la victoria, se convierte en víctima de su propia ambición.
En última instancia, la historia nos deja con una pregunta inquietante: ¿en qué momento el juego se convierte en algo más que un simple juego?